jueves, 22 de septiembre de 2011

EL DESENCUENTRO - Rafael Blanco Vázquez



Marta conoció a Alexis en un bar. Le pareció un tipo divertido, ingenioso. Era atractivo y escondía un misterio agradable, pero tenía las manos muy pequeñas.
Las manos de Alexis concentraban toda la atención de Marta, que no podía entenderlas.


Alexis estaba en su bar habitual cuando conoció a Marta. Era bajita, como a él le gustaba, y sonreía todo el tiempo. Pero estaba sentada y Alexis esperó pacientemente a que fuera al baño para verle el culo.


Quedaron en ir a cenar tres días después.


Marta apenas comió en todo el día. En el restaurante no quiso probar bocado, tenía el estómago contraído. Pero bebió algo de vino porque las manos de Alexis, tan sutiles, la inquietaban.
Alexis quiso llevar a la cita su mejor versión, pero le pareció que hablaba demasiado. Así que bebió bastante vino y, aunque no dejó de hablar, al menos el titubeo de sus palabras hacía que ambos rieran.


Al salir del restaurante caminaron hasta el piso de Alexis, que vivía con su gato. Marta iba preocupada, lo que ponía nervioso a Alexis: “¿Qué le pasará a esta chica? ¿La habré desilusionado?”. De pronto Marta murmuró “qué papelón”, se apoyó en un árbol y vomitó. Alexis no sabía qué hacer, así que decidió apretarle la mano y no decir nada. Marta se había puesto colorada y permanecieron en silencio el resto del camino.


Al llegar y ver al gato, Marta pensó: “Siempre me gustaron los perros, pero este gato es un encanto”. Le hizo unas cuantas monerías y le pidió permiso a Alexis para tumbarse en la cama, porque se sentía mal.
Alexis se acostó junto a ella, que enseguida lo besó.
Cuando se dieron cuenta estaban desnudos. Él se puso un preservativo y ella no paró de gemir “qué rico” hasta el final.
Escucharon canciones de Sabina y cantaron al alimón. Volvieron a besarse y, poco después, él agarraba un segundo preservativo.
A las cinco de la mañana se durmieron.


Mientras tomaban whisky barato, Alexis le contaba a su amigo Arturo: “Estuvo muy bien. Pero ya sabes tú cómo son las mujeres. No me tocó la pija en toda la noche. Recuerdo que en el segundo polvo, por miedo a que se me bajase, le pedí que me acariciara los huevos, y eso lo hizo con gran sabiduría. Me la mantuvo erecta y bien erecta”.
Arturo comentó: “Las titis son así. A lo mejor tenías que pedirle que te tocara el nabo. Pero en ocasiones son los nervios de la primera vez”. Y entornó los ojos: “A mí también me encanta que me aferren las pelotas”.
Alexis añadió: “Yo la primera vez siempre les toco el coño, y muy a menudo hasta me lo como”.
- ¿Se lo comiste?
- Empecé pero paré enseguida. Estoy harto de que no me toquen la chota. Recuerdo que pensé: “Cuando ella me la toque, la próxima vez o dentro de un mes, entonces le comeré el chocho. No te jode la rubia”.


Mientras tomaban un Cosmopolitan, Marta le contaba a su amiga Maricel: “¿Te acuerdas de que nunca me gustó la penetración? ¿De que siempre la sentí como algo mecánico, a veces molesto? Pues con Alexis la disfruté desde el principio. No lo entiendo pero qué importa”.
Maricel se emocionó: “Ay, Marta, qué alegría. Por fin”.
Marta rió: “Título para la novela que nunca escribiré: El placer con 32 pirulos”.
- Y dime, ¿la tenía grande?
- Casi se me olvidaba. Qué mal lo pasé, querida. No podía dejar de mirarle las manos. Pensaba: “Seguro que la tiene pequeña”. Sé que es una tontería, pero era incapaz de sacármelo de la cabeza. ¿Viste cómo soy cuando me obsesiono con algo? En cuanto me la metió quise gritar “la tiene normal”, pero me contuve.
- ¿Y la tiene suave? Me encantan las pollas de terciopelo.
- Ni me atreví a tocársela, del miedo que tenía.
- Qué desastre. Habrá pensado que eres una pasiva.
- ¿Tú crees?
- En fin, nada que no se pueda solucionar.
- Eso sí, Maricel, no veas lo que habla. Durante la cena me tenía la cabeza como un bombo.
- Ya está la señorita buscando defectos. Estaría nervioso el chiquillo. A los hombres hay que tranquilizarlos, Marta, ¿cuántas veces tendré que decírtelo?


Al siguiente fin de semana Marta y Alexis volvieron a cenar juntos. Ese día Marta desayunó, almorzó y merendó. Alexis estuvo más callado. Marta pensó: “¿Qué le pasará a este chico? ¿Estará enojado por algo?”. Lo miró a los ojos, pasó la mano por debajo de la mesa y le empuñó el mandado.


Cuando llegaron al estudio de Marta, tomaron café y comieron helado. En la alfombra hicieron un sesenta y nueve, pero Marta prefirió no beberse el semen. A regañadientes, Alexis lo vertió entre sus tetas.


Mientras cortaban salchichón y queso y lo combinaban con paté y aceitunas, Alexis se quejaba a su amigo Arturo: “Si yo me pongo hasta los ojos de flujo vaginal, ¿por qué diablos ellas no se beben la guasca?”
Arturo se dejó llevar por la ensoñación: “A mí me gusta meterles los dedos, la lengua y la nariz. La nariz es lo mejor, lo que yo te diga”.
Alexis echaba humo: “Pero si yo hasta froto mi cabeza pelada entre sus labios. Y no me refiero al glande, tontolón”.
Arturo se encendió un cigarrillo: “Míralo de esta manera: ¿qué sería de ti, de mí, de cada quien, sin la lucha por conseguir cosas? Y te diré más: ¿quién te ha dicho a ti que ellas no se tragan la lefa? La mía ha transitado por una legión de bocas”.
Alexis se acordó: “Estoy pasando por una mala racha, parece que me estén tocando todas las delicaditas de golpe. Ya casi me olvidaba de Florencia, Belén, Astrid y Beatriz, todas unas tragaldabas”.     
Arturo sentenció: “Que son la prueba de que sigues buscando”.
Alexis miró a su amigo.
           

Mientras degustaban una ensalada de frutas, Maricel se asombraba: “¿Un sesenta y nueve, así, sin más preámbulos?”
Marta bromeó: “Ya te he dicho que tomamos café y helado”.
Maricel quiso saber más: “¿Y dónde espolvoreó el perejil?”.
Marta agachó la cabeza: “En el último momento me dio repelús y no quise tragármelo”.
Maricel abrió los ojos de par en par: “¿En el último momento? Yo no me lo trago jamás. Por ahí no paso”.
Marta no entendía: “¿Y eso por qué?”.
Maricel sentenció: “Porque es un asco, Marta, vete tú a saber lo que hay ahí dentro”.
Marta se sirvió agua con gas.


El coche estacionó en el garaje. Marta le dijo a Alexis con solemnidad: “Te la voy a chupar y quiero ingerir hasta la última gota de tu esperma”. Así lo hizo, pero Alexis hubiera preferido no saberlo: le costó mucho trabajo eyacular.


Imagen: Devotion, de joereimer en deviantART

1 comentario:

  1. Hay una cosa que me gusta especialmente de este relato, que también se da en otros relatos tuyos, y es la ausencia total de mecanismo narrativo que hace que lo leas sin tener la sensación de estar leyendo oooootro relato. Si Bukowski hubiera leído esto habría dicho: "Pero, ¿será cabrón?"

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